Chiquito mío, no te equivoques al elegir

Por Aldana Valdéz

"Yo soy hincha de River desde el día en que nací...", esa, suele ser la frase típica y ya trillada de muchos fanáticos no sólo del 'Millonario', sino también del resto de los equipos. Ahora bien, yo me pregunto, ¿es tan así? ¿Será factible que sean hinchas desde el día en que nacieron? 
¿Qué les parece si les cuento una historia que les ayude a darse cuenta de que de River se nace y se hace, también?
Corría el año 1990, era verano, en uno de los lugares turísticos más visitados de Argentina. En uno de los barrios más chetos de dicha ciudad, se situaba estratégicamente ubicado un edificio todo de ladrillos, con ventanales inmensos en el hall de entrada y allí, en un pequeño recoveco sobre el sector derecho, viéndolo de frente, una puerta marrón que daba directo al único departamento de la planta baja. 
Adentro, una familia repleta de felicidad por la presencia del primer hijo varón, Juan. Mimado por los padres primerizos, malcriado por los abuelos que necesitaban el babero del nene cada vez que lo veían sonreír o deslizar sus primeros sonidos, y adorado por las típicas señoras mayores que residían allí.
Juancito tenía en sus genes el amor por la pelota. Su abuelo por parte materna, era fanático de Independiente, al igual que su madre. Ex jugador y uno de los fundadores del club de barrio situado a 60 kilómetros de la casa del niño. Su padre, por su parte, bueno... El también lo era, a su forma y con sus mañas. Amante del fútbol, pero un profesional frustrado. Sus caminos no habían ido de la mano con este deporte. El estaba loco por River Plate. 
Algunos dicen que el primer hijo varón es un pegote de la mamá. Que hace y deshace conforme a lo que a su vieja le guste, de ahí el rótulo, para algunos, de "nene de mamá". Lo cierto es que, también, tal y como indican las tradiciones de aquellos papás que aman el fútbol, su hijo debe salir con los colores del viejo. Inadmisible si esto no sucede.
Y ahí viene la cuestión; ¿quién tiene más peso cuando tanto papá como mamá son amantes de la pelota? La última palabra, siempre, la tiene el pichón.
Este caso no fue la excepción. Cuando Juan tenía apenas sus primeros meses de vida, su madre lo había intentado hacer del 'Rojo'. Le compraba la indumentaria del club, lo vestía con aquella vieja camiseta que tenía en el frente el 'Mita'... Sí, para los conocidos en la materia, la casaca que vistió, nada más ni nada menos que uno de los máximos ídolos de la institución de Avellaneda: Ricardo Enrique Bochini.
Claro... el nene no se negaba. Todo lo que tuviese que ver con el fútbol, el lo aceptaba. Más allá de que era chico. Obviamente, siempre y cuando tuviese como premio un balón con qué jugar. 
También, recuerdo una vez, que un viejo conocido le había obsequiado una camiseta de Almirante Brown. Con ella, le invocó al joven: "¿Querés saber lo que significa ser un verdadero hincha? Hacéte hincha de la 'Fragata'...". Palabras más, palabras menos, aquella había sido su reseña para con Juan. Intento fallído.
Por su parte, el papá se cansaba de pelear con la madre para intentar hacerlo simpatizante de River. Que gorra de acá, que bandera de allá, que "El más grande sigue siendo River Plate"... que "vení, Juan, vamos a ver a la Selección..." los domingos. Mil formas para escuchar de la boca de su hijo el "Vamos River". ¿Y la respuesta de él? Nada. Ninguna. A él sólo le importaba jugar a la pelota. Sin distinción de club.
Pero una vez, un alma caritativa sumó a la causa y le obsequió el primer traje completo talle de niño, de aquella famosa marca de las tres rayitas. Pantalón negro, casaca blanca con una banda roja que cruzaba el alma. Con tan sólo un año y algunos meses, el 'Cabezón' -como le decían en la familia- había caído rendido ante aquellos colores. Tiempo más tarde, y para completar aquel regalo, su padre le trajo, para el primer día del niño, una pelota de fútbol. Cartón lleno.
Pasaron los años y Juancito ya no era más aquel pequeño jovencito al que poco y nada le importaba la camiseta que le ponían. Ahora se hacía respetar. O era de River, o no era nada. O le obsequiaban para su cumpleaños la camiseta de Ortega y Gallardo; o las medias oficiales del club -obviamente. El chico era marquero-; o los autos de juguete que se vendían en la época de Ramón Díaz como técnico, aquellos que eran propicios de "Mercedes Benz"; o mismo los botines del 'Enzo', o los del 'Burrito' para poder combinarlos con su 'quiebre de cintura' practicado para jugar el fin de semana con el club, o con sus amigos de toda la vida, "los chicos" -como le decía él a unos hermanos que iban a vacacionar a su ciudad y se alojaban a un departamento de distacia-, en el terreno baldío situado al lado del edificio. También recuerdo haberlo escuchado suplicar para que le compraran aquellos timbos azules con vivos naranjas, ya en una época más contemporánea, claramente; los que usaba Fernando Belluschi.
"Me acuerdo perfectamente del Superclásico del año 99. Cortamos una racha de 9 años sin ganarles a los 'bosteros' en casa. Ramón les ganó por primera vez. Y eso que ellos venían de ser bicampeones con Bianchi", deslizó en más de una oportunidad el 'Cabezón'. "Tampoco me voy a olvidar ese partido del Clausura 2002. Fue un 0-3 en la 'Bombonera'. Cambiasso, Coudet y, la imborrable vaselina de 'Rojitas'. Ahí cortamos una racha de 8 años sin ganarles en su casa y, además, era la primera vez que Ramón les ganaba de visitante. Jugamos re bien y, para más, coronamos un paseo futbolístico con ese jugadón de Rojas que lo avergonzó al 'Pato' Abbondanzieri. No me lo olvido más", recitaba, Juan, cada vez que se le consultaba por un partido que se le viniera a la mente.
Lo cierto es que, tal y como lo dije en el inicio de esta historia, de River se nace pero también se hace. Juan es el fiel reflejo. Intentaron inculcarle el cariño hacía Independiente o, mismo, hacia Almirante Brown. Al 'Rojo', hoy por hoy, le tiene un sutil afecto, pero en los clásicos, no se cansa de gritarle goles. Al de Isidro Casanova, le tomó un sentimiento particular cuando le tocó enfrentarlo en la B Nacional. Imposible que le surja una gota de cariño. El nació y, aunque suene extraño, se hizo hincha de River. Se enamoró de la banda roja en aquella primera oportunidad en la que le pusieron la indumentaria del club. No le importó que sus mejores amigos fuesen de Boca, tampoco que gran parte de su familia fuese del 'Rojo'. Fue en contra de la corriente. Hizo lo que sintió. River fue el club que le llenó -y que le llena- el alma. Se cansó de festejar con su padre y con su amigo el 'Maestro' los goles en los superclásicos; cuando chico, disfrutó cada momento en el que sacaba los parlantes por la ventana, luego de ganar un clásico, para mofarse del molesto vecino bostero que no paraba de gastarlo.
Amante del juego de 'galera y bastón', de los D'Alessandro, Aimar, Saviola, Ortega y Angel; Juan aprendió, junto a River, lo que significa adorar a un equipo de fútbol. Que ese club te llene el alma; a disfrutar los brillantes momentos y a superar los que resultan cuesta abajo. A caer y a volver a levantarse, pero siempre -y sin dudarlo- junto a River... Por eso, y así como lo decía Ignacio Coppani: "El más grande sigue siendo River Plate, por el juego, por las ganas, el orgullo de tener una banda roja que nos cruza el alma..."